Argentina 1978: Leyenda y realidad del 6 a 0

Jorge Barraza habla en primera persona de un partido polémico en la historia mundialista.

Jorge Barraza

Columnista Futbolred

Foto: Archivo particular

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03 de mayo 2018 , 12:25 p. m.

En materia de Mundiales, aquí empezó todo para mí. Era joven y trabajaba en el diario Crónica, un periódico de tinte popular muy importante en ese tiempo: entre sus tres ediciones -matutina, 5ª. y 6ª.- tiraba 750.000 ejemplares por día. Jamás pensé ir a diez Mundiales, las cosas se van dando naturalmente y un día toman forma. Había varios periodistas en Crónica delante de mí, me acreditaron porque se jugaba en Argentina. Fui a los partidos en cancha de River y me tocó sentarme en dos de ellos junto a Pinky, una de las mujeres más hermosas de la Argentina en toda su historia, una belleza fenomenal. Ella trabajaba en el canal de TV del diario y la acreditaron también. Y estábamos codo con codo. Me distraje bastante, me pasé los partidos de Argentina contra Hungría e Italia mirándola de reojo

Siempre pensé que el fútbol es mucho más que 4-3-3 o 4-4-2, es un manantial de historias y aventuras humanas, porque la esencia de este juego es la emoción y a partir de la emoción se generan torrentes de alegría o de tristeza, de sensaciones que impactan al alma. Ninguna otra actividad humana puede generar tal transmisión de entusiasmo o amargura. Y ninguna, salvo las guerras, activa tanto los nacionalismos, el sentido de pertenencia. Por eso, en un momento oscuro de la historia del país, el título mundial fue balsámico para el pueblo argentino, que encontró en ello una vía de escape, un desahogo, y celebró estruendosamente. Pensar que el gobierno militar montó un Mundial para distraer a la gente es erróneo.

El Mundial era un compromiso de país. Que los militares lo hayan querido usufructuar (y lo hayan hecho) para mejorar su imagen intimidante, es una cosa, pero la gente celebró genuinamente, nadie la direccionó. Argentina es el país más futbolizado del planeta con mucha diferencia, no necesitaba que lo enfervorizaran. Y como siempre produjo notables jugadores, el hincha sabía que un día el título se iba a dar, aunque se demoró bastante, por eso quizás tanta euforia desbordada. La dictadura no decidió la conquista, fue una victoria del fútbol, de los jugadores y del cuerpo técnico, también de la gente, que apoyó fervientemente. Cierta corriente ideológica pugna con insistencia para adjudicar la victoria a turbias negociaciones de la cúpula militar, pero el título se ganó en la cancha. Sólo hay que mirar los partidos.

Es más, aunque los anfitriones habitualmente reciben un sorteo benévolo, en el caso de Argentina fue al revés. Le tocó, de lejos, el tradicional “grupo de la muerte”: una Francia fuertísima con Platini, Lacombe, Tresor, Bossis, Battiston, Rocheteau, Didier Six… Una Italia con Zoff, Gentile, Scirea, Cabrini, Tardelli, Benetti, Antognoni, Causio, Paolo Rossi, Bettega… que cuatro años después serían campeones del mundo. Y el muy respetable equipo de Hungría de Nyilasi, Toth, Nagy, Torocsik. Todos le dieron muchísimo trabajo, incluso perdió con Italia. Y en segunda ronda fueron Polonia, la de Lato, Szarmach, Boniek, Deyna, Zmuda, Kasperszack… Brasil y Perú. Los resultados los consiguió dramáticamente en varios casos, y dejando el alma en cada pelota. Si la FIFA hubiese sido funcional a la junta militar en lo estrictamente deportivo, habría manipulado a los árbitros a favor del local, sin embargo cada partido fue tortuoso para el equipo de Passarella y Kempes, y no hubo fallos discutidos, apenas un penal ante Francia, que fue mano evidentísima de Tresor, pero que como estaba cayendo cuando le pegó, se opinó que no era intencional. De todos modos fue un tema menor, una incidencia como tantas en el fútbol. De principio a fin no hubo decisiones polémicas de los jueces.

Argentina llevaba muchísimos años pidiendo hospedar un Mundial en tiempos democráticos y le fue adjudicado en 1966, pero cuando llegó la hora gobernaba una dictadura. No fue el marco más bonito, y sin dudas eso empañó el torneo. No obstante, el Mundial fue bueno, eficientemente organizado, con grandes facilidades para la prensa y con 6 excelentes estadios para una competición que fue la última de 16 equipos.

Ese Mundial quedó en el recuerdo por la goleada 6 a 0 de Argentina a Perú, cuando la Albiceleste necesitaba ganar por cuatro goles para superar a Brasil por diferencia de gol y así llegar a la ansiada final. Se habló de sobornos, de arreglo del partido entre los militares argentinos y peruanos. Lo que vimos en ese momento en realidad nos pareció bastante más terrenal: Argentina lo llevó por delante a Perú, que además sintió el ambiente infernal que generó la hinchada local. Este cronista no recuerda, ni en un Boca-River, un partido con más clima que ese. No de violencia, sino de un fervor nunca visto. Cuarenta y cinco mil personas gritando sin parar durante dos horas. Era un volcán. La gente rugía, el ruido era ensordecedor y, cuando entraron los dos primeros goles, Perú se quebró.

Tres meses antes del Mundial, ambas selecciones se habían enfrentado dos veces por la Copa Mariscal Ramón Castilla. En ambas ganó Argentina: 2-1 en Buenos Aires y 3-1 en Lima. Muchas otras veces lo venció por varios goles, 6-0, 5-1, 4-0, 4-1… No era extraño que le ganara ni que lo goleara en una instancia así, con ese clima y con la necesidad acuciante de llegar a la final del mundo en su propia casa. Además, Perú ya estaba eliminado; venía de perder 3 a 0 ante Brasil y 1 a 0 ante Polonia.

Ese mismo equipo peruano tenía un antecedente: en 1975, Ecuador lo venció 6 a 0 en Quito. En España ’82, diez jugadores incaicos que habían sufrido el 0-6 en Rosario, cayeron 5 a 1 ante Polonia: Quiroga, Duarte, Rubén Díaz, Velásquez, Cueto, Cubillas, Oblitas, Leguía, La Rosa y Percy Rojas. Con una diferencia importante: esta vez su chance estaba intacta; si ganaba, Perú pasaba a la segunda fase como primero del grupo. Polonia le hizo 5 goles ¡en 21 minutos…! Y estaban en terreno neutral, no había hinchas polacos alentando ni militares asustando. Era un equipo con grandes altibajos.

En ese mismo Mundial ‘78, Alemania propinó a México otro 6 a 0. ¿Lo sobornó...?

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Argentina 6 - Perú 0
Mundial de 1978

Desde hace cuarenta años, cada tanto, se revuelve el tema. Hay periodistas que han investigado con ansias, jamás encontraron una prueba ni una versión consistente de que el partido estuviera comprado. El comentario recurrente es “Hubo cosas raras”; ningún testimonio serio. Si un exjugador peruano saliera al ruedo y diera detalles concretos como “nos vendimos, nos dieron tal cosa, vino fulano, se arregló de tal forma…”, no habría cómo probarlo, aunque sí daría para pensarlo seriamente. Lo demás parece un intento tras otro de quitarse el viscoso traje del bochorno. Se ha hablado incluso de pactos entre gobiernos, de embarques de trigo y créditos no retornables de parte de Argentina al Perú a cambio de la goleada. Sin embargo, Brasil-Polonia y Argentina-Perú se jugaron el mismo día con 40 minutos de diferencia. Recién cuando finalizó Brasil, que ganó 3-1, Argentina supo que debía ganar por cuatro goles para llegar a la final. Ya los jugadores estaban en el vestuario, cambiados para salir al campo. Ni tiempo había de componendas.

Un extraordinario jugador peruano de aquel equipo, dilecto amigo del fútbol con quien hemos hablado varias veces del tema y pide no identificarse, me confesó hace muchos años: “¿La verdad…? No hubo nada extraño: nos arrollaron. Fue simplemente un partido de fútbol, no pasó nada, nadie nos amenazó ni nos ofreció algo por perder. También se habla de que tuvimos una reunión en el vestuario para pedirle a Marcos Calderón que no alineara a Quiroga por ser argentino. No es cierto, yo estuve ahí y no supe de ninguna reunión”.

Lo inexplicable es: si dudaban del arquero Quiroga por ser argentino y porque se jugaba en Argentina, ¿para qué llevarlo…?

También se dijo por años que Johan Cruyff no asistió al Mundial en repudio a la dictadura militar. Luego se supo la verdad: fue un tema estrictamente familiar, de pareja; su esposa Danny le reprochó que estaría dos meses fuera luego de una temporada extenuante y quedaría sola con sus tres hijos. En Alemania ’74 no hubo problemas porque Rinus Michels permitió que los holandeses concentraran con sus esposas. Pero en el ’78 lo dirigía el austríaco Ernst Happel, y Argentina quedaba al final del mapa.

Lo verdaderamente llamativo fue que César Luis Menotti, autoproclamado militante izquierdista, fuera el jefe deportivo de ese proceso mientras el Mundial estaba a cargo de la ultraderechista junta militar. Pero era entendible, hacía un trabajo profesional y veía la oportunidad de consagrarse internacionalmente. Sin embargo, cuatro años más tarde los militares continuaban en el poder y Menotti siguió en el cargo hasta España ’82. El técnico tuvo algunas elecciones discutidas. De haber incluido a Maradona y a Bochini, que estaban en un momento extraordinario, la Selección posiblemente hubiera alcanzado un brillo muy superior y nadie hubiese hablado del 6 a 0. Porque Menotti proclamaba y defendía un fútbol vistoso, de posesión y buen trato de balón, pero Argentina jugó a lo que los rivales le permitieron y ganó el campeonato por coraje, por lucha, por preparación física, por mentalidad. El público y el periodismo adoran las teorías conspirativas, pero ese título se ganó deportivamente. Y con total justicia.

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