Fútbol y poder: amancebados desde 1948

El fútbol ha sido el gran botón de pánico del poder en Colombia.

Federico Arango, subeditor de opinión de EL TIEMPO.

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Foto: Archivo particular

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05 de noviembre 2015 , 02:11 p. m.

Cuando hace treinta años Noemí Sanín, entonces Ministra de Comunicaciones, le pidió a los directores de los principales medios del país cesar sus reportes desde el Palacio de Justicia en llamas para dar paso a la transmisión de un anodino Millonarios-Unión Magdalena no estaba innovando.

Y es que el fútbol ha sido a lo largo de la historia política del país un inmejorable botón de pánico para el poder. Una relación de mutuo beneficio.

Basta con recordar el origen del profesionalismo en 1948. Este, en gran medida, respondió a la necesidad de que el pueblo contara con una entretención civilizada y semanal para ayudar a apaciguar los ánimos que bien caldeados venían del 9 de abril.

¿La alternativa? Poner a disposición de los dueños de los equipos la infraestructura estatal y dólares a una tasa preferencial con el fin de echar a andar en agosto el torneo profesional. Meses después llegaron noticias de la huelga en Argentina y se abrió la posibilidad de sonsacarle a los equipos de este país sus estrellas. Con los dólares facilitados por el Estado, entre otros recursos, desembarcaron Di Estéfano, Pedernera, Rial, Pontoni y cía. La nuestra fue una liga abiertamente pirata entre 1949 y 1953, lo que implicó, entre otras, que los clubes se conformaran sin mayor patrimonio para responder en tiempos de vacas flacas.

Tiempo después, en 1984, cuando fue asesinado el Ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla por el narcotráfico, el Gobierno de Belisario Betancur mostró los dientes con medidas para extraer de raíz la influencia de la mafia en diversos campos, entre ellos el deporte. Pero fueron palabras que no pasaron a los hechos. Menos en una época en la que, como ya todos sabemos, los carteles controlaban directa o indirectamente buena parte de los equipos de la Dimayor.

Un lustro más tarde, el viernes 18 de agosto de 1989, cayó asesinado Luis Carlos Galán. El domingo siguiente comenzaba la eliminatoria para Italia 1990 en Barranquilla. La Selección de Maturana jugaba contra Ecuador: varias voces llamaron a asumir ese juego como un bálsamo para el dolor. Mencionar la paradoja que entrañaba el que la Selección fuera conformada por jugadores de un torneo que había alcanzado un nivel superlativo gracias a las ‘inversiones’ de los ‘polémicos empresarios’ que venían siendo los mismos que aportaban el combustible para la máquina de muerte que se llevó al líder liberal no venía definitivamente al caso.

Hizo falta que fuera asesinado un árbitro, Álvaro Ortega, en Medellín, semanas después, para que el Gobierno considerara que ya era demasiado y que era necesario suspender la función. Llovieron críticas. Tal vez la más airada vino de Francisco Maturana quien la dejó consignada en su biografía. Argumentaba que lo uno no tenía que ver con lo otro y que el espectáculo tenía que continuar. Vino un rosario de buenas intenciones, de requisitos que deberían cumplir los equipos para garantizar legalidad y transparencia. En eso se quedaron. Meses después arrancaría el torneo 1990 y seguían los mismos con las mismas.

Luego hubo otros hitos: la Copa América de la paz en 2001, a través de la cual se le quiso dar respiración boca a boca al agonizante experimento del Caguán. Un torneo que estuvo en duda hasta diez días antes por los atentados que se venían registrando sobre todo en Bogotá. Años después, Francisco Santos juzgó que nada como un Mundial de Fútbol como presentación en sociedad del edén al que nos iba a llevar la seguridad democrática. De esta propuesta derivó el Mundial Sub-20 de 2011 en el que el gobierno invirtió doscientos diez mil millones de pesos para, sobre todo, adecuar las zonas VIP de los estadios lo que incluía ascensores de última generación en capacidad de elevar los prominentes abdómenes de los directivos FIFA. Todo esto se hizo, no sobra la pildorita para la memoria, por instrucción de Jack Warner, hoy tras las rejas. Imposible olvidar la gestión de Angelino Garzón siendo vicepresidente para que un crédito blando de Findeter por cincuenta mil millones sirviera de salvavidas a los equipos de la Dimayor en 2010. ¿Haría lo mismo con los porcicultores?

Y entre hito e hito, detalles que enamoran, de esos que garantizan el vigor de una relación: invitaciones del mundo del fútbol a funcionarios responsables de la vigilancia y control de los equipos; presidentes que reciben en su despacho a planteles de clubes bajo la lupa de la Fiscalía; altos funcionarios que interceden para que una orden de extradición no les dañe su amado juguete y honorables magistrados que hacen parte de comisiones de la Dimayor mientras en sus despachos prefieren dejar pasar tutelas que buscan defender derechos fundamentales para no poder en riesgo las boletas, entre muchas otras perlas.

Es, en suma, una relación enfermiza, pero pocos, comenzando por los hinchas, quieren ser conscientes. Como las salchichas, nadie quiere saber de qué están hechos los triunfos de su equipo. Líderes de opinión que en sus tribunas habituales muestran altísimos estándares éticos, en las del estadio sacan otros mucho más flexibles.

El gran problema es que hay hijos en esta relación. Son los futbolistas, sobre todo los de mediano y bajo perfil. Esos que cuando son violentados sus derechos y tocan las puertas del Estado les responden que el funcionario viajó a Barranquilla invitado por la Federación.

Federico Arango C.
Subeditor de Opinión EL TIEMPO
En Twitter: @siempreconusted

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Foto: Archivo particular

Redacción Futbolred
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