El final del sueño ruso: así vivieron los hinchas la eliminación

Una euforia inesperada había desatado el local del Mundial pero Croacia arruinó el momento.

Hinchas de Rusia

Los aficionados locales se ilusionaron con una gran hazaña de su selección.

Foto: AFP

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08 de julio 2018 , 07:26 a. m.

Decía, con razón, Vladimir Putin, presidente de Rusia, que la celebración de la Copa del Mundo había logrado en un mes lo que costó décadas: derrumbar los prejuicios de la gente sobre la gente de su país.

Pero más que él, que es un presidente muy querido por su pueblo, la gente empezó a dejarse contagiar de la fiebre del fútbol por obra y gracia de Artem Dzyuba, Cheryshev y Akinfeev, las estrellas de la selección de Rusia, que tristemente se ha ido de su propio torneo en cuartos de final, a manos de los letales croatas.

Y es una noticia triste porque la gente promedio, que va a sus trabajos diariamente sin entender bien por qué hay tanto extranjero en el metro, se fue metiendo en la historia mundialista al punto que el partido contra Croacia se volvió un plan obligado para los desconfiados y una gran excusa para disparar las ventas en bares y restaurantes.

El Fanzone de Moscú, sitio destinado por la organización para ver los partidos en pantalla gigante, se llenó al menos cuatro horas antes del partido y las autoridades decidieron cerrar la entrada por motivos de seguridad. Eran unas 15 mil personas, plenas de emoción, chicas hermosas repartiendo besos a los extranjeros, sumando hinchas a la causa nacional. Pero lo que tuvieron menos suerte y no llegaron a merecer el beso, iban llegando mientras chocaban con un muro de policías, con cara de pocos amigos, que los obligaban a refugiarse allí donde les vendieran comida y cerveza.

Nadie pelea, porque son así los rusos: obedientes al extremo. Y van pasando de sitio en sitio, con sus caras pintadas y envueltos en sus banderas, sin reservas pero con ganas de pagar lo que les pidieran por estar frente a una TV. Mientras más grande, mejor. Había que refugiarse además de la lluvia que se atravesó entre el preámbulo y el pitazo.

El primer tiempo fue de tensión total y mucho entusiasmo, un sueño que compartían chicos y chicas, aunque ellas se sentaban de espaldas a la TV, lo que definía su interés en los detalles del juego. En esos minutos de aguante local, el golazo de Cheryshev disparó los gritos, los abrazos, la fe y el consumo de cerveza. Lejos del estadio ya no hay problemas con el consumo.

Y aunque Kramaric se empeñaba en dañar la fiesta desde el comienzo con inoportuno empate, la gente seguía pegada con su selección. No gritaban ¡Sí se puede! Ni cantaban el Bella Ciao y sí unos cantos inentendibles, que además se sabían todos… Y eran fríos los rusos, que curioso.

Para el complemento había más confianza pero también más hambre, así que fue momento de comer con más calma y tomar fuerzas para el tiempo extra, que sería el momento máximo de emoción. Metía presión el croata Vida con su gol, gritaban ¡Vamos a atacarlos! Los entusiastas hinchas y entonces apareció un defensor brasileño, Mario Figueira Fernandes -algo de la magia de Suramérica iban a necesitar-para castigar de cabeza, poner el 2-2 parcial y desatar una locura, dentro de lo que eso entre los rusos: saltos, gritos, emociones desbordadas… ¡Faltaban 5 minutos para el final! Tranquilos, decíamos los colombianos, esta película ya la vimos en Moscú… y la lloramos, como a la postre harían los propios rusos.

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Hinchas rusos gritan
Con moderación, pero los rusos también vibraron con el Mundial.

Llegaron los penaltis y, a pesar del viento helado, que bajaba la sensación térmica y hacía dudar que los 16 grados de temperatura fueron reales, los de las banderas y los transeúntes se fundían en un abrazo, como el del equipo, esperanzados en que la aventura aún podía continuar.

Y no. Desde los 11 pasos se apagó el sueño, pero como decía (o creemos que decía un chico ebrio pero muy amable), hay que aplaudirlos, “se fueron Argentina, Brasil, España… No es fácil”, nos traducía una mesera rubia armada con sus hermosos ojos azules.

Fue así como se acabó el Mundial para Rusia y probablemente para muchos de los hinchas que, vestidos con sus camisetas de Colombia, Uruguay, Alemania o Japón van arrastrando la maleta, ya sin mucha ilusión copera. ¡Vamos camaradas! Cantaban los más jóvenes para su equipo, que llegó sorprendentemente lejos en su propio torneo y que derrumbó, otra vez, el mito de la frialdad rusa. Miman y se dejan mimar, más ahora que estamos todos en la misma acera de los eliminados. Son amabilidad pura los anfitriones y es gracias a la Copa que el mundo lo sabe hoy.


Jenny Gámez A.
Editora FUTBOLRED
Enviada Especial
Rusia

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