¿Nostalgia?

Jenny Gámez, editora de FUTBOLRED, escribe sobre el desenlace del Mundial de Rusia 2018.

Jenny Gámez A.

Jenny, Gámez, Editora de Futbolred.

Foto: ARCHIVO PARTICULAR

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13 de agosto 2018 , 03:23 p. m.

El lunes después del Mundial es el reino de la nostalgia. Un silencio doloroso, solo, agotador. “No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie”, diría Eduardo Galeano. Y así están la cabeza y el corazón de todos los que no tenemos la dicha de encarar este día con pasaporte francés.

Miramos de reojo y cansados de fútbol nos reconciliamos en la última imagen del campeón, la cara de loco de Pogba sobre los escritorios, los ojos azules de Griezmann, la pícara carita de Mbappé y la amplia sonrisa de Varane, la cara perfecta de Giroud, divertidísimo que andará hoy leyendo una a una las quejas por no haber hecho un solo remate al arco, con la mano derecha apoyada sobre la Copa del Mundo.

Nos queda la satisfacción de haber estado en las canchas para ver, sin filtros, la manera como el fútbol dio un paso firme hacia otro rumbo, que ya luego sabremos si fue bueno o malo. Hoy solo podemos decir que es distinto, que no se juega más a no dejar jugar -¡felizmente!- sino que se privilegia, como Bélgica y como Francia, el talento para encontrar otras alternativas a la hora de hacer daño.

Sigue siendo talento el punto de quiebre, y lo será hasta el fin de los días, pero utilizado de otra manera. Ahora, después de Rusia, nos plegamos a la impecable lectura y la admirable ejecución de Hazard en Bélgica (primero en mi lista de mejores jugadores del torneo) y a la fantástica y nunca suficientemente valorada gambeta del chico Mbappé, sin extrañar la figura de un 10 estático. La pelota, desde la nueva perspectiva, ya no se atesora ni se esconde en los pies del que sabe sino que se le entrega al rival para castigarlo a fuerza de despliegue físico y velocidad mental, que se mide ahora con los parámetros de la Fórmula 1. Furia en el contragolpe. Nada menos.

El fútbol, que gracias a México y otras vicisitudes dejó de ser el juego de 11 contra 11 en el que siempre gana Alemania, se sigue tratando de hacerle gol al otro y en eso este Mundial es implacable: 169 anotaciones, un tremendo promedio de 2,6 goles por partido. Es el mismo fin pero por otros medios: desborde, quiebre, vértigo, potencia y cuando todo falle, pelota quieta. Mejora el espectáculo, por supuesto, y de paso mejora el deporte. Más con VAR que sin él. Queda dicho. Perdonen, pero ese trasnochado anhelo del juego de los 90 no es mi fachada.

Nos vamos de Rusia con la satisfacción de haberle visto la cara sin el velo de Ronald MacDonald y haber descubierto un país orgulloso, moderno, imponente, que ama a sus dirigentes y cuida de sus calles, su transporte y sus paisanos como de sí mismo. No hace falta el GPS ni el traductor porque el ruso te lleva de su mano, sin entenderte una sola palabra, a tu destino.

En el viaje de regreso a casa ya no mendigamos “una linda jugadita”, como Galeano, porque las tenemos todas, las vemos en 16 cámaras al tiempo y las festejamos saltando de la silla como el mismísimo Macron en el estadio Luzhniki. Vamos hacia la modernidad a bordo del inolvidable Metro de Moscú y dejamos en una estación la nostalgia. ¡Ganamos! Fuimos testigos del cambio y eso arranca una sonrisa a la distancia y hace que todo el cansancio valga la pena. ¡Spaciba Rusia!

Jenny Gámez A.

Editora de FUTBOLRED
Enviada especial a Rusia
En Twitter @jennygameza

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