¿Champions League o Copa Libertadores?

Nicolás Samper se decanta por uno de los dos torneos y argumenta claramente su decisión.

Nicolás Samper

Columnista Futbolred

Foto: A. particular

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19 de septiembre 2018 , 01:15 a. m.

Christian Solano, un tipo creativo de verdad con el que siempre se hace fácil trabajar, llegó un día con la obsesión de que La Libertadores era mejor que la Champions y me preguntó que si tuviera que quedarme con alguna de las dos, cuál sería mi elección. De hecho, el mismo Solano, en compañía de Antonio Casale, se trenzaron en una amable discusión sobre el asunto: ¿Cuál competencia era mejor?

La columna me encuentra viendo Champions y pienso en el pie izquierdo de Messi que, acolchado por la grama del Camp Nou, le da una caricia a la pelota y entra perfecto, casi que en cine de 35 milímetros, al ángulo de la portería del PSV. Cambio y está Dávinson Sánchez, casi marcándole un autogol a su arquero, el holandés Vorm que está reemplazando a Lloris, campeón del mundo con Francia. Pochettino anda dando indicaciones y muy cerca Spaletti; Nainngolan, que más parece diseñado para la Libertadores, pide amarillas cada dos segundos. Lamela, que es más señorito, más aséptico, no se ve. Como que no cuadra en el marco del torneo sudamericano.

Yo soy más de Libertadores, por todas esas cosas raras que pasan cuando se juega en estos lares: el horario nunca se cumple, que es tan de estas latitudes, si hay partidos simultáneos, algo pasa y jamás terminan al tiempo sino que por lo menos con cinco minutos de diferencia. Los campos son dificilísimos. Ver el estadio de Atlético Tucumán, o el Defensores del Chaco… ni hablar de La Bombonera y de lo inolvidables que se hicieron aquellos clubes capaces de acabar a punta de fútbol hasta con el entorno: desde el Santos de Pelé hasta Independiente del Valle, pero ojo que no han sido muchos. Basta recordar aquella noche de neblina en la que el Cúcuta quedó envuelto en medio de un páramo en el que la visibilidad era nula, salvo para Palermo y Riquelme. Y basta recordar que a ellos dos, de lo mejor de Boca en los últimos tiempos, les tocó padecer el infierno del General Santander y el fútbol de aquel buen equipo de Bernal.

En la Libertadores se juega al todo o nada. Sigue, a pesar de la amplitud de cupos, de que por supuesto todo es mucho más profesional que en 1960, año en el que arrancó el torneo. Se siente más el hambre bien entendida. Es el hambre de gloria de aquellos que juegan allí para, por qué no, un día dejar de sufrir por los vuelos insólitos -como el de Atlético Tucumán yendo a Quito hace poco- o las grescas de cuadra -como aquel Colo Colo-Boca del 91 o América de México Sao Caetano del 2002- y poder disputar una Champions. Hay que hacer desplazamientos absurdos en Sudamérica, cosa que no pasa en Europa. Como que por acá todo tiene un contenido épico.

Me quedo con la Libertadores por eso. Porque tiene barrio, calle y épica. La Champions me encanta pero salvo jugar en Estambul o Varsovia, todo parece muy limpio, muy pulido, muy de quirófano. Y a veces se necesita un poco de caos.

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