Deudas y deudores

Nicolás Samper recuerda a esos atacantes que generaron dudas y terminaron brillando en sus equipos.

Nicolás Samper, columnista invitado.

Foto: Archivo Particular

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26 de noviembre 2019 , 03:32 p. m.

Es una raza especial. Porque no importa que hagan todo medianamente bien y que en efecto su rendimiento muchas veces supere la media; el asunto es que a veces cuentan con mas poco crédito del que merecerían. Son una especie de incomprendidos que parecen vestidos de blanco y que tienen que mantener su atuendo impecable porque la mínima mancha es capaz de ser potenciada hasta hacernos creer que el protagonista está vestido de negro.

Son tipos que deben demostrar todos los días; deben rendir examen cada 90 minutos y si se rajan, no valdrán las buenas notas que se exhibieron con anterioridad. Lo de ellos es el déficit y los números rojos porque así son percibidos. Extraño pero pasa. Hace un tiempo Michael Rangel -un gran delantero, de magnífica técnica y que deslumbró cuando apareció futbolísticamente en Alianza Petrolera- siempre parece entrar en los clubes que ha militado en medio de cierta desconfianza a pesar de haber demostrado sus virtudes.

Un periodista en Bucaramanga lo agarró cuando era presentado como refuerzo y sin que el hombre hubiera pisado la cancha, lo fueron afinando ¡a partir del prejuicio! El periodista le dijo, ante la asombrada mirada del delantero, que ojo, que no fuera agrandado, que lo importante más allá de los goles era el don de gentes, que pusiera los pies sobre la tierra... No recuerdo entrada más prejuiciosa que la del colega. Y cuando el atacante fue al América, algunas voces de hinchas a través de redes protestaban porque no lo consideraban como una incorporación adecuada. Y mire lo que ha hecho Rangel con los diablos rojos. Es rarísimo, pero siempre le toca partir debiendo a un hombre que se destaca porque en todos los clubes que militó marcó goles.

Con Marco Pérez ocurría algo similar en su instante: le cayó la roya aquella presentación ante la prensa frente al Zaragoza y un par de yerros en definición. Siendo un muy bien atacante le tocó soportar varilla porque se destacaban más las opciones que desperdiciaba que los que metía. Aguantó callado en medio de pitos y al final se fue campeón y con goles.

A veces es una cuestión de confianza, de sentir que el hombre que llega no lo hace para hacer bulto sino para sumar. Y cualquier futbolista piensa eso al vestir una nueva casaca. Michael Balanta en Santa Fe vivió el previo de sentirse tronco antes de saltar por el túnel para ser evaluado. La percepción fue cambiando a medida que el arco le sonreía. Hoy sería imposible discutir la determinación del atacante pero el primer duelo que tuvo que vencer fue el de la desconfianza general.

Habla bien de todos ellos -y los casos podrían llenar las páginas completas de una enciclopedia- esa capacidad mental para poder convertir ese rechazo inicial en una fortaleza que al final pareciera motivarlos porque saben que la pelea que deben dar no es contra el resto de la humanidad, porque se han acostumbrado a ir perdiendo 1-0 antes del pitazo inicial. La pelea es contra ellos mismos para superarse día a día.

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